Antes y después

Gracias, gracias.

“Es correcto aprender aun de nuestros enemigos”, escribió Ovidio, y vaya que hay lecciones dolorosas de las elecciones recientes. Aprendizajes que ocurren a golpes, a tropezones, después de tantos puntapiés. Enseñanzas que siguen sorprendiendo, moretón tras moretón, cabezazo tras cabezazo. Y la más importante de todas: después de lo que costó crearlo, echarlo a andar, dotarlo de credibilidad y volverlo el catalizador de la transición democrática, el sistema electoral está quebrado. Roto. Deshecho. En el Estado de México y en Coahuila yacen los restos de lo que alguna vez aplaudimos y hoy ya no existe. La equidad trastocada, las autoridades electorales desacreditadas, el terreno nivelado de juego alterado. En 1997 celebramos elecciones impolutas; en 2017 las enterramos. Y aprendimos que importa tanto lo que ocurre antes de depositar el voto en la urna, como lo que pasa después.

El verdadero problema no está en el PREP o en el conteo rápido o en las actas o en las casillas, aunque ahí también hubo irregularidades. La explicación del deceso de la democracia electoral está en otra parte. En la evidente compra del voto vía estrategias como “Tarjeta Salario Rosa”, con promesas de activación a cambio de apoyo al PRI. En el caudal de recursos que fluyeron al Edomex vía programas sociales como Prospera, PAL, Sin Hambre, Adulto Mayor, Procampo en los meses previos a la contienda. En las increíbles cifras de participación y de entusiasmo casi europeo, en municipios rurales donde el PRI ganó por un amplio margen. En lo que se vio en sitios como Ixtlahuaca, donde el 70 por ciento de la población recibe algún tipo de ayuda social y El País detectó una afluencia electoral extrañamente alta a favor del tricolor. En el clientelismo político abierto, definido por la politóloga Susan Stokes como “la oferta de bienes materiales a cambio de apoyo electoral, en el cual el criterio de distribución es sencillo: ‘¿me apoyaste o me apoyarás?'”.

Esa inducción acompañada de amenazas, de amedrentamiento, coronas de muerto, cabezas de puerco ensangrentadas arrojadas con intenciones intimidatorias. En Edomex y también en Coahuila, el priismo mandó un mensaje: recurrirá a todos los instrumentos a su alcance para mantenerse en el poder. He ahí el mapa de ruta marcado para la elección 2018, elaborado para apuntalar a la dinastía dinosáurica. Comprará votos y repartirá tarjetas y amenazará a electores y removerá a funcionarios de casilla y rebasará los topes de campaña y suspenderá el PREP. Violará todas las reglas; todas. Y lo hará con la asistencia de autoridades electorales omisas o cómplices o débiles o políticamente subyugadas. Como el INE y la FEPADE y el TEPJF que no actuaron ante la evidencia creciente y fehaciente del fraude que será necesario reconceptualizar. Porque no necesariamente ocurre en la urna, sino en camino a ella; porque no necesariamente se da el día de la elección sino en las semanas previas. Y ante ese fraude revisitado, revigorizado, replanteado, actualizado, el árbitro no toca el silbato o suspende el juego; voltea la mirada y declara, como ya lo hizo en TEPJF, que “no existen elementos suficientes para acreditar que diversos programas sociales fueron utilizados para coaccionar el voto” en Edomex. La autoridad electoral anulada porque no sancionó los casos de las tarjetas Monex o Soriana en 2012, y ahora permite su reedición en 2017.

Finalmente el PRI “gana” con trampas y la oposición pierde por divisiones. Porque el PAN y AMLO siguen pensando que pueden ganar solos, cuando no es así. Como lo demuestra el estudio postelectoral de Alejandro Moreno, Del Mazo ganó porque en buena medida el voto útil no se concentró en su principal rival. El voto útil antiPRI se fragmentó y así se autosaboteó. Delfina Gómez perdió porque no logró coor- dinar el voto útil en su favor: panistas y perredistas desertores cancelaron su voto al distribuírselo en partes iguales. Y la lección entonces es clara: para que el voto útil sea útil requiere una oposición unida, coordinada, capaz de reconocer que el verdadero enemigo es el PRI como partido, como forma de vida, como mecanismo para la distribución del botín. Si no hay un frente opositor antisistémico para pelear contra el viejo régimen, el PRI seguirá imponiéndose en cada elección, antes y después. Ahora y siempre.

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