Colosio, el hombre que quería cambiar al PRI

México.-Luis Donaldo Colosio quería cambiar al PRI. No solo de nombre sino de fondo. Hizo toda su carrera política en el Revolucionario Institucional y sabía que eso era lo necesario.

A la mente de Santiago Oñate vienen las largas conversaciones que sostuvo con Colosio en 10 años de amistad, la cual inició en 1985 cuando fueron compañeros en la Cámara de Diputados. Pláticas sobre el PRI y su futuro, el desplome de la Unión Soviética, la transformación del Partido Comunista Italiano, en 1991, en Partido Democrático de Izquierda.

“Las reflexiones que a partir de dicho evento compartimos sobre un posible cambio de nombre al PRI. Tras varias horas de conversación, concluyó diciendo, mejor cambiar al partido que cambiarle el nombre, pero reconoció que eso resultaría a la larga más difícil que un cambio de membrete”, recuerda.

“Era un político limpio, bien intencionado, hombre de palabra, sin dobleces. Es decir, un político fuera de lo común, al menos de los que en nuestro país existen”, afirma Oñate.

Su origen y arraigo familiar

Luis Donaldo Colosio Murrieta nació el 10 de febrero de 1950 en Magdalena de Kino, Sonora, a 80 kilómetros de la frontera con Estados Unidos, tierra de misioneros famosa por su feria del membrillo.

Fue el primogénito del matrimonio de Luis Colosio Fernández y Ofelia Murrieta García; le siguieron cinco hermanos.

De su padre aprendió el arraigo y orgullo por su origen, así como la dedicación al trabajo. A él dedicó su primer soneto, el cual le envió anexo a una carta escrita la víspera de la Navidad de 1976, en la que le expresa su amor, admiración y agradecimiento. En ese entonces él tenía 26 años y llevaba dos lejos de casa.

Desde la primaria Luis Donaldo destacó en los estudios, ocupó los primeros lugares de rendimiento a nivel regional. Su temprano interés por la poesía, oratoria y declamación lo hizo ganar algunos concursos durante su juventud; éstas serían luego importantes herramientas en su carrera política.

Ya dentro de la política, trató de aprovechar al máximo su tiempo libre para dedicárselo a sus seres queridos.

Daba clases en la Universidad Anáhuac, a inicios de la década de los 80, cuando conoció a Diana Laura Riojas, con quien se casó tras dos años de relación y tuvo dos hijos, Luis Donaldo y Mariana.

Las bases de su liderazgo

Luis Donaldo Colosio era un hombre de palabra, extraordinariamente generoso y con una legendaria entrega al trabajo, asegura Alfonso Durazo, el hombre que desde un escritorio afuera de su oficina lo acompañó en su paso por la dirigencia nacional del PRI, la Secretaría de Desarrollo Social y en la carrera por la candidatura presidencial.

Esta estrecha relación comenzó con un café a las 4:30 de la madrugada, un día de 1989. Colosio debió retirar a Durazo una oferta hecha apenas unas horas antes porque el Consejo Nacional de Recursos para la Atención de la Juventud (CREA), dependencia para la que lo había propuesto ante el entonces presidente Carlos Salinas, desaparecería.

“No te preocupes, me dijo, juntos vamos a crecer. Al mes estaba instalado como secretario particular de él”, recuerda Durazo. Antes de eso se habían visto dos o tres veces. “Estábamos identificados más por el paisanaje que por alguna relación personal”, dice el también sonorense Durazo.

El ideario con el que Colosio se conducía en el quehacer político era tan simple como el que practicaba en su vida personal. Éste se resume en las dos únicas instrucciones que le dio a Durazo cuando lo nombró su secretario particular.

“En el cumplimiento de la responsabilidad no hay mejor consejo que el de la humildad. Te pido que trabajes en equipo y sin ingenuidades, con los pies en la tierra”, recuerda. “¡Ah! Buenas maneras con todos, todo el tiempo, las buenas maneras en política son un buen negocio político”.

Luis Donaldo Colosio era además una persona de trato abierto y amable, recuerda Santiago Oñate.

“Como amigo Luis Donaldo siempre estaba dispuesto a escuchar, era paciente y cordial. Sin duda, reservado, discreto, pero no desprovisto de sentido del humor “, comenta. “Fue una amistad forjada en el trabajo y en la que compartimos ideales”.

“Yo diría que fuimos dos buenos amigos. En muchísimos temas hablábamos con plena confianza y de manera directa. Sin embargo, poco es lo que respectivamente conocíamos el uno y el otro de nuestra vida privada, de nuestro entorno familiar”. “Hubo sí, en todo momento una gran confianza”, indica Oñate.

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